Aquel viaje a Chile estuve casi a punto de dar con mis huesos en la cárcel. Hace unos años hice un viaje a dicho país para recorrer sus ríos en tabla de paddle. Allí me encontré con mi buen amigo Toni Viota. Alquilamos un coche y recorrimos la alargada y estrecha geografía chilena. Bajamos durante dos días el río Bio Bio, también el Trancura en Pucón y el Petrohué en Puerto Varas. Fueron descensos brutales, pero bueno, esa es otra historia que la contaré otro día. Al acabar el viaje decidimos pasar los últimos días en Valparaíso, una ciudad espectacular al borde del pacífico.
La víspera de mi retorno nos encontramos con que nos habían abierto el coche y nos sustrajeron las dos tablas con todo el equipo. Cabreados fuimos a los carabineros y denunciamos el hecho, nos mencionaron de la existencia de un seguro para extranjeros a los que les hubieran robado. Tuvimos que ir a la embajada en Santiago, pero de nada sirvió. De vuelta al aeropuerto devolví el coche que habíamos alquilado y al cual le habían hecho un agujero en la chapa y el cristal roto. Pensé que lo cubriría el seguro, pero nada, tuve que pagarlo. Ya en el aeropuerto me fui a la puerta de embarque, llegué con bastante tiempo, me di una vuelta y me quedé pensando en lo bien que nos había salido el viaje y los aciagos últimos momentos con el robo y el coche. Aquello no era nada con lo que me esperaba. Cuando llegué de nuevo a la puerta de embarque, habían pasado todos y cerrado la ventanilla. – Hostia puta. No daba crédito. Me quedaba en tierra. Entonces en un momento de lucidez inconsciente, decidí tirar la mochila al otro lado, saltar por la cristalera y entrar por el pasillo corriendo. Llegué a punto de cerrar la puerta. Me coloqué en mi asiento excitadísimo por la adrenalina de la acción. ¡Craso error! El avión no salía, en ello se acercó un azafato y me dijo. – ¿Antonio Robledo? Acompáñeme. Si voy a coger… - Le he dicho que me acompañe. Dijo en un tono imperativo. Salí cagao del avión y allí estaba yo y un peruano que le había pasado lo mismo y al verme, saltó igual que yo por la cristalera. Dos policías y un señor trajeado nos recibieron. – ¿Ustedes saben lo que han hecho? – No perdone es que me han pasado una serie de cosas que me han hecho obrar erróneamente. Me puse a llorarle en plan lastimoso con toda mi verborrea improvisada de mi desgraciada decisión. El hombre del traje me miró a los ojos y con el dedo apuntándome y un temblante serio me dijo: – Os voy a perdonar la vida. Seguid a los policías que os saquen fuera de control de fronteras y no os quiero volver a ver. No rechisté, tuve que volver a comprar un vuelo de vuelta, pero al menos no me quedé unos días a la sombra de una cárcel chilena. Debo reconocer que unos meses más tarde, mi amigo chileno Sebastián Ovando Klein, un gran paddel surfista me encontró las tablas por face book que las vendían, nos las devolvieron inmediatamente ante la denuncia que puse. Lástima ese borrón en mi fascinante viaje por Chile con sus excelentes gentes que nos trataron de maravilla, excepto los cabrones que nos birlaron las tablas. Me salió caro el viajecito.
Zapa